Todos podemos ser ángeles

Piensa en el peor momento que hayas vivido. Sí, ese. Ese que te obliga a tomar aire con fuerza y a expulsarlo como si te quemase los pulmones. ¿Lo tienes? Pues vívelo. Regodéate en él, en el dolor que te causa, en el miedo, en la ansiedad, en cada sentimiento negativo que quiera aportarte. ¿Difícil? Venga, va, aguanta ahí un poquito más. Sí, eso es, ya lo tienes. Esa es la sensación. Ahora, imagínate en ese mismo instante en el que vas a tirarlo todo por la borda, a rendirte, a dejar que el mundo siga girando mientras tú te bajas de él. ¿Qué ocurriría si en ese momento alguien pasase su brazo alrededor de tus hombros y te apretase fuerte contra su pecho? ¿Qué pasaría si acercase sus labios a tu oído y te dijese en un tono que sólo vosotros dos podéis escuchar: “Estoy contigo, no estás sólo”? Nunca. Nunca estamos solos.
Sólo por llegar a donde estamos, somos unos triunfadores. Hemos superado pruebas en las que otros han quedado atrás. Estamos corriendo una carrera, dejándonos la piel, y al ver que nos adelantan nos hundimos al pensar en que no llegaremos de primeros. Lo importante no es la meta, sino el camino. Cada obstáculo nos acerca un poco más a superarnos a nosotros mismos, nos libera de las cadenas del “no puedo” o el “no quiero” y nos lleva hasta la verdadera victoria: llegar al final.
Todos tenemos que ser esa persona. La que te pone el brazo sobre los hombros y te recuerda que no estás solo. La que nos ayuda a superar los obstáculos de nuestra vida, todos debemos recordar lo que significa la palabra “compañero” y brindar el apoyo, el cariño y el aliento que cualquiera necesite para levantarse y “tirar pa lante”. Quizás no tengamos el dinero suficiente para sacar a alguien de la quiebra, quizás no tengamos lo que hay que tener para plantarse ante un jefe abusivo, quizás no seamos los héroes de la película. Pero no hace falta valor para tomar a ese compañero que lo necesita de la mano y recordarle que estarás a su lado para apoyarle, escucharle, aconsejarle y traerle de vuelta a la carrera de la vida. Para eso, sólo hace falta ser humano.
Todos somos compañeros. Todos merecemos y debemos entregarnos el máximo respeto. No importa si somos diferentes, si tenemos ideas distintas, si no coincidimos en gustos o incluso si nos llevamos mal. Es algo que viene con el corazón, con el sentido de pertenencia, con el colectivo del que formamos parte. Sabemos que podemos mirar a un lado y a otro y nos defenderán del mismo modo en que nosotros seamos capaces de hacerlo. Somos soldados batallando por demostrar a la vida que podemos con ella. Es la guerra más dura en la que nos veremos en la obligación de participar. No nos queda otra. Hay que plantarle cara a la vida, morder el puño de nuestro polo casi negro, cerrar los ojos y caminar, caminar, caminar hasta que el sendero se haya terminado. Y sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, no deberíamos olvidar jamás que nunca se deja a un compañero atrás.

El guerrero pacífico

2016-02-16

¿Dónde estás? Aquí.

¿Qué hora es? Ahora.

¿Quién eres? Soy este momento.

Esta es la historia real de Dan Millman que, justo cuando iba convertirse en una estrella de la gimnasia olímpica, sufrió un brutal accidente de tráfico que fracturó su pierna en 17 partes.
Pero él no se rindió y fue capaz, en tan solo 10 meses, de revertir los informes negativos de los médicos para alzarse con el campeonato nacional de gimnasia.

«Nadie dijo que fuera fácil» pero el secreto de la superación se encuentra en el interior de cada uno de nosotros, ese «Guerrero Pacífico» que nos ayuda a avanzar ante todo y que encontraremos sólo si estamos dispuestos a luchar en el camino.
De nada vale estar en el ayer, en lo que pudo ser y no fue o en lo que no quisiéramos que hubiera pasado….
Debemos trasladarnos al Aquí y Ahora en este Momento para seguir adelante desde cero, no importa nada más.

El combate del siglo

1024px-Black_boxing_glovesCuenta la leyenda que, con el mundo en la peor crisis de la historia,  un viejo y experto boxeador, llamado Juan, había aceptado enfrentarse en combate a Óscar, una de las promesas del boxeo mundial. Realmente Juan no necesitaba fama ni dinero, pues en su larga carrera había conseguido más de la que jamás hubiera soñado.

Los medios de comunicación se preguntaban cómo un boxeador cuarentón había aceptado el desafío de Óscar, ya que Juan tenía mucho que perder y poco a nada que ganar, lo llamaron el combate del siglo.

Comenzó el combate una fría noche de invierno, ante un público ansioso por ver la más que segura derrota de Juan, o al menos todas las apuestas así lo indicaban.

Óscar, que era más musculoso y alto, no había tenido ninguna derrota todavía en su carrera, y solo pensaba que cuando ganase este combate sería aclamado como claro aspirante al título mundial.

Primer asalto…

Óscar arremetió con todo, golpeando con fuerza una y otra vez al veterano boxeador que intentaba recibir los golpes lo mejor que podía.

Segundo y tercer asalto…

Óscar se crecía viendo a Juan cada vez más debilitado y a punto del K.O. aunque le costaba encontrar el golpe definitivo para tumbarlo, algo que le desconcertaba, porque había derrotado a muchos rivales con menos golpes que los que había propinado a Juan y eso lo estaba comenzando a desesperar.

Cuarto asalto…

Juan se levantó de la silla, estaba dolorido, pero bastante menos de lo que Óscar pensaba, ya que durante todo el combate, mientras recibía los golpes, fue anotando mentalmente los movimientos y estrategias de Óscar, encajando los golpes de la mejor forma posible. Sin embargo, un fuerte gancho con la izquierda lo sorprendió y lo tiró a la lona.

Desde abajo todo se veía borroso, pero no había perdido la consciencia, así que, a duras penas, se levantó y miró a su rival sonriendo. Sabía que no había llegado su momento, todavía tenía una misión que cumplir.

Óscar no se podía creer que el «viejo», como le llamaban todos, se hubiera levantado y menos con esa mueca en su cara.

Juan amagó con la derecha y, como sospechaba, su rival intentó protegerse y después respondió con su derecha en un acto casi reflejo. Juan se echó a un lado para esquivar el golpe y encontró el hueco justo para golpear al joven boxeador con todas sus fuerzas con un gancho en la mandíbula.

Óscar cayó inconsciente, y el público gritó, de alegría y sorpresa a la vez, por presenciar algo aparentemente imposible.

El combate había terminado en un instante.

Cuando los medios de comunicación le preguntaron cómo lo había hecho y porqué se había arriesgado tanto a su edad, él respondió:

«Lo he hecho para demostrar que cada golpe que recibes es una enseñanza para forjar tu propia victoria. Nadie dijo que la vida fuera sencilla, pero tenemos que levantarnos y luchar mientras tengamos fuerzas porque, por muy mal que parezca todo, siempre habrá una esperanza y más si nos ayudamos los unos a los otros»

Al día siguiente todos los medios del mundo abrieron con estas palabras, muchos se emocionaron, y casi todos comenzaron a ver las cosas de otro modo, con un poco más de luz.

Tal vez no fue la solución, pero sí un buen comienzo…